En mi casa siempre ha habido perros, de no haberlos tenido tal vez pensaría distinto, pero siempre los hubo y formaron parte de la familia.
Mi primer perro se llamaba Snoopy y tal vez por mi corta edad, o por su carácter, se convirtió en mi mejor amigo, por tópico que suene.
Snoopy llegó a casa cuando yo tenía unos dos años, entonces vivíamos en un piso pero él salía a pasear solo, cuando quería salir nos perseguía por la casa ansioso hasta que le abríamos la puerta. Cuando quería volver nos ladraba desde el portal y bajábamos a abrirle.
En mi inocencia yo se lo contaba todo a Snoopy y cuando yo lloraba, él lloraba conmigo (lo prometo).
A mis nueve años le atropelló un coche, eran navidades y estuvo unos días sin moverse, yo me pasaba las horas a su lado, le daba de beber en la boca y él me miraba agradecido. El día que me separé de él para volver al colegio, murió.
Después ha habido otros perros, pero ya no vivíamos en un piso sino en una casa, y ellos vivían en el jardín, no era lo mismo, les quería pero no había tanta complicidad entre nosotros, nos faltaban momentos de intimidad y espacio compartido.
Cuando me independicé y decidí tener hijos, supe que primero había que tener perro, había que integrarlo en la casa y en el día a día. Elegir la raza fue algo muy consciente y meditado, finalmente me decidí por un Labrador Retriever hembra, se llama Alma.
Alma es parte de esta casa, es una más. Desde el principio he compartido con ella mi espacio y mi tiempo, ella me sigue a todas partes, apoya su cabeza en mi cuando estoy triste y vomita conmigo cuando estoy embarazada. Permite que los niños se le suban encima y sólo me mira con ojos de súplica cuando llevan rato usándola de caballo.
Alma se para en los pasos de peatones esperando a que la autorice con un gesto de mi mano, y reduce el paso cuando tiene que acompañar a uno de los niños. Llena a Inés de lametones cuando está contenta y nos pega cabezazos cuando está mimosa.
Creo que permitirle a un niño vivir la experiencia de compartir su infancia con un perro, es darle la oportunidad de sentirse acompañado sin palabras, de aprender el respeto por los animales (y que se extrapolará más allá de ellos), de tener un compañero de juego extremadamente paciente, de estimular su afectividad, de conocer el sentido de la responsabilidad (dar de comer, sacar a pasear, llevar al veterinario...) y dar un cariño que le será devuelto a partes iguales.
¿Manchan la casa? Si, pero nosotros también, ¿no?
Gracias por regalarnos también la alegría que es tener una perrita tan buena en casa y que como bien dices pueda ayudarnos a educar a nuestra hija haciéndola mejor persona. Un besito, guapa. Lourdes.
ResponderEliminarQue causalidad!!! Mi primer perro también fue un Snoopy :o) Y lo recuerdo con un cariño inmenso...... yo sé que algún día volveremos a tener un perro en casa pero ahora, con tanto viaje entre España y Suiza no me atrevo porque odiaría meterlo en la bodega del avión y dejarlo en una residencia cada vez que nos vamos tampoco me parece bueno para él/ella.... así que habrá que esperar un poco
ResponderEliminarLourdes, gracias a vosotros por cuidar de Noah con tanto amor y además ofrecerle a Laia una compañera de juego incomparable.
ResponderEliminarMaría, seguro que vuestra familia encuentra el momento adecuado para crecer.