Ya comentaba el otro día que voy, en este momento, cerrando ventanas y abriendo puertas, como si entrara en un nuevo ciclo desde donde la mirada se vuelve diferente, más pausada y al tiempo más enérgica, más activa, más segura.
Para empezar con buen pie esta nueva etapa y no verme de pronto asfixiada y con un millón de cosas en marcha, he querido pararme y mirar.
He visto tres niños preciosos y me he permitido simplemente disfrutar de su presencia, entregarles la mía y durante dos días no ver nada más.
No he visto los juguetes repartidos por cada rincón de la casa, no he visto los suelos sucios ni la montaña de ropa por lavar, no he visto la hora de hacer la comida y ni siquiera he atendido mi correo.
Esta experiencia me ha servido enormemente. He comprobado que a veces creemos que con estar físicamente es bastante, y no somos conscientes de que nuestra mente está en otro lugar y nuestros chicos notan la ausencia.
En esos momentos alguno de los pequeños te coge de la mano y te saca de tu mundo, en el mejor de los casos. Pero hay otros momentos en los que se inicia una batalla campal entre hermanos, o alguno está más irascible de lo habitual, más mimoso, más enfadado..., o se vive un ambiente tenso que no sabes a qué achacar, y si entonces te paras un momento y te preguntas a ti misma: "¿donde estoy yo?" y la respuesta no es "aquí y ahora", puedes dar por seguro que la solución está en tu mano.
Desde esta nueva consciencia, que aún debo practicar bastante, voy a afrontar los nuevos retos. Asumiendo que habrá momentos en los que sólo estaré en cuerpo y otros muchos en los que seré cuerpo y alma.
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