martes, 15 de noviembre de 2011

Título de madre.

Nacemos con millones de recursos y capacidades ilimitadas esperando despertar.

A algunas personas nos cuesta casi la mitad de una vida descubrir que somos válidas para aquello que soñamos ser. A otras les cuesta la vida entera.

Pero hay un momento en el ciclo vital de las mujeres en general, que supone un hito y una oportunidad, que te revuelve por dentro, que revoluciona tu interior y que despierta (porque la necesidad obliga) todas aquellas capacidades que tenías desde siempre, pero desconocías por completo.

La llegada de la maternidad.

Una madre desarrolla su sentido auditivo, es capaz de adaptarlo a determinados sonidos y además los clasifica por niveles de urgencia. Sabe cuando un golpe en la otra punta de la casa corresponde al bote de una pelota o a un cabezazo contra la pared. Diferencia cuándo un llanto significa petición de mimos, y cuándo tiene más que ver con unos dedos pillados en el cajón.

Una madre desarrolla su sentido del tacto porque no es lo mismo un jersey 100% algodón que uno con un 5% de lana, sobre todo si algún miembro de la familia es alérgico. Y la temperatura del agua en la ducha no puede ser la misma para el hijo mayor que para el pequeño, porque son diferentes y tienen sus propios gustos.

Una madre multiplica en un 200% su capacidad visual, los márgenes se ensanchan y puede conducir sin perder de vista la carretera, al tiempo que vigila a su bebé por el retrovisor y sintoniza la radio. Puede mirar las piruetas que su hijo hace por la calle, empujar el carro del bebé sin comerse ningún bordillo, adivinar la intención del vehículo que se encuentra un kilómetro más allá y a veces hasta atender el móvil al mismo tiempo. (Ya si tiene gemelos o trillizos... haced la cuenta).

Una madre sabe lo que es el olfato, lo necesita y lo usa. No es lo mismo un pañal limpio, que uno sucio. No es lo mismo el invierno cuando huele a lluvia y mejor quedarse en casa, que el aroma a tiempo de primavera. No es lo mismo (y hay que saber reconocerlo), el olor a comida recién hecha, que el olor del momento justo en que el puchero empieza a quemarse. Y no olvidemos el olor a gas, las madres tiene un doble sentido para eso.

Una madre es capaz de recordar el nombre de todos los amigos de su hijo, incluso de los niños que no le caen bien (por si acaso). Puede tener en su mente varias citas médicas, números de teléfono imprescindibles, la lista de regalos que el niño espera por su cumpleaños (ya haremos selección llegado el momento...), la talla que viste y calza cada uno de sus hijos, aunque cambie mensualmente, y por supuesto sabe dónde encontrar la zapatilla que se perdió anoche, la muñeca con la que jugaron hace tres días, el libro aquel que leímos la semana pasada y la gomita del pelo rosa.

Una madre, aunque no lo crea, tiene memoria fotográfica y ya en el supermercado revisa la despensa y la nevera en su mente. También tiene fotografiado el armario ropero, el cubo de la ropa sucia (blanco, oscuro...), y el mapa del mundo lleno de lucecitas de colores en los lugares donde, de momento, no podrá ir.

Tiene un sentido de la practicidad casi inmejorable y se manifiesta cuando va del salón a la habitación para abrir una ventana, pero por el camino recoge la chaqueta que colgará en el armario, tira el babero a lavar ya que pasa por el baño y aprovecha para coger la escoba, apaga la luz del pasillo que quedó encendida y cuando llega a la habitación ya que está, hace la cama, barre un poquito y recoge los juguetes que guardará en la habitación contigua al tiempo que abre otra ventana y dobla algunas prendas, lleva el vaso de agua a la cocina y aprovecha para poner la lavadora, fregar los cacharros y hacer la comida.

Las madres tienen manos diferentes, donde el celo no se enrosca en los dedos y el pegamento no se queda en las uñas (y si ocurre nadie se entera), porque siempre hay un muñeco al que reparar, un dibujo que colgar, una tirita que colocar estratégicamente, una tetera preciosísima que se ha convertido en puzzle o un pelo increíblemente enredado que habrá que peinar sin que duela.

Las madres no necesitan calculadora para hacer números, están en su cabeza, y saben hasta donde se puede tirar de tarjeta y cuándo hay que poner freno.

Las madres son indiscutiblemente ingeniosas, porque se organizan para caminar por la cuerda floja sin perder el equilibrio, ni la elegancia. Porque pueden sonreír cuando llorarían a mares. Porque sostienen cuando necesitan ser sostenidas.

Ser madre te da un bagaje que no puede darte ninguna otra cosa en la vida, y digo yo, ¿por qué no homologan un título que acredite todas esas capacidades?, ¿por qué no ponemos en el currículum vitae nuestra condición de madres? y ¿por qué no se nos abren las puertas del mundo laboral de par en par? (de los puestos que practican la conciliación, eh?).

La sociedad no sabe lo que se está perdiendo...

7 comentarios:

  1. Y lo mejor de todo esto es que somos conscientes de la suerte que tenemos por poder vivir estos momentos... ;)

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  2. Ole!!!!! No me quedan más palabras, ya lo has dicho todo y me encanta!

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  3. Verdad verdadera.
    Un abrazo y me quedo por aquí

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  4. Muy bueno todo lo que has contado.
    Y a mi ademas me pasa que desde que soy madre mucho mas valoro a la mía.

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  5. Gracias chicas, me alegra que os haya gustado y que os hayais sentido identificadas.
    Durante el día de hoy se me han ocurrido muchas otras capacidades que se despiertan con la maternidad... ¿Tal vez otro post?

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  6. Muchas gracias, muy real, describe lo bonito que es la maternidad sin ser rosa pastelón. Un saludo

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